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El ingenio mexicano vs la plenación estratégica

El 11 de Marzo del 2020

Una de las marcas de la forma de trabajo en nuestro país es el llamado «ingenio mexicano». ¿Pero es realmente tan efectivo como suponemos?

Era un tiro de esquina en contra de la selección de México. Para impedir que el balón entrara a las redes Marcelino Bernal se avienta hacia la portería y para no caer de lleno se agarra de la red y la rompe. Esta escena corresponde a un partido del equipo mexicano en el Mundial de estados Unidos 1994. Como no se puede jugar con la portería rota, el juego se suspendió un buen rato. Entre lo singular de la ocasión y la toma de decisiones, los connacionales trataron de arreglar la red con los elementos que tenían a la mano. Zague —otrora goleador de la selección— tomó una cámara de transmisión y la acercó lo suficiente para amarrarla a la red y poder reanudar el partido. Prácticamente había cumplido con su cometido cuando del lado contrario apareció un grupo de utileros de estadio cargando una portería nueva. Fue cuestión de minutos para que la sustituyeran y el juego continuara.

Esta escena tiene la particularidad que muestra la reacción de dos culturas ante un mismo problema. Mientras los mexicanos trataron de encontrar una solución rápida que les permitiera continuar con el partido, los norteamericanos tardaron más en responder, pero lo hicieron con una solución definitiva cambiando una portería por otra que tenían guardada quién sabe dónde.

Se trató lo que en su momento fue el «ingenio mexicano», tan dignificado a últimos tiempos como una marca en el estilo de trabajo en nuestro país. ¿Pero realmente el ingenio mexicano es tan efectivo?

Un impresor se encuentra produciendo un tiro bastante grande de folletos cuando la imprenta sufre un desperfecto. Se trata de una pequeña pieza que se rompió producto de la sobrecarga de trabajo y a que no se le han dado los mantenimientos correspondientes en tiempo y forma.

El impresor habla a la empresa de servicio y le agendan una visita especializada en los próximos días, pero el trabajo no puede esperar, la fecha límite no da, así que mientras tanto el impresor busca una solución rápida, que encuentra creando un símil de la pieza rota, utilizando algunos desperdicios de metal que tiene en la imprenta. Lo logra y el trabajo se termina bien entregado. La pieza termina funcionando tan bien que se vuelve innecesaria la visita técnica, así que ya no se lleva a cabo, tan solo en los siguientes meses.

Si este mismo problema hubiera surgido en Estados Unidos o Alemania, la prensa habría parado ante un posible daño mayor a la maquinaria y la pérdida de la garantía correspondiente. El «ingenio mexicano» logró su cometido y salvó el día. Aunque pensándolo bien, este tipo de problemas se da mayormente en culturas como la nuestra, donde esta forma de arreglar las cosas se vuelve imprescindible ante una manera de trabajo no tan eficiente, donde se dejan para el último momento.

Muchos diseñadores nos enorgullecemos de trabajar mejor bajo presión, donde los bomberazos son el pan de cada día y los desvelos una rutina continua. Hemos aprendido a trabajar así sin saber que hay formas menos dolorosas de hacerlo, es un proceso que convertimos en virtud ante la incapacidad de desenvolvernos en un entorno ordenado y planeado. Muchos se justificarán pensando que así es el diseño, que nuestros clientes son los culpables —y la mayoría los son, al tratarse de una serie de vicios que tienen más que ver con la cultura latina que con el diseño—, pero existe otra forma de hacer de las cosas; personalmente lo he podido comprobar al trabajar en y para empresas trasnacionales, donde el tiempo es un factor determinante al momento de medir la productividad de las cosas que se hacen.

Culturas como la nuestra, que condena a aquel que sale a la hora que debe salir de la oficina, se gana las burlas y el bullying, creando un ambiente de culpa por terminar a tiempo, por llegar a su oficina y sentarse a trabajar y mantener sus cronogramas intactos, en lugar de perder media hora en desayunar, más varios descansos en fumar un cigarro —aunque no fumes— y navegar en Facebook cada vez que recibe una notificación.

No solo eso, también el ingenio mexicano se impregna de pequeños ahorros presupuestales como en mantenimientos al equipo o licencias en el manejo de programas, sin darnos cuenta del deterioro que sufrirán nuestras herramientas y que tarde o temprano requerirán de un arreglo debido al desgaste natural, campo propicio para acabar arreglando todo con clips y cinta de aislar. El ingenio mexicano es, en este sentido, una consecuencia de nuestras propias deficiencias, de arreglar lo que está mal desde el principio.

Regresando al caso del impresor, la posibilidad de que esa pieza hubiera fallado se reduce al tener los mantenimientos a tiempo, y en caso de presentarse, seguramente habría el colchón de tiempo suficiente para atender la emergencia de una manera formal y estructurada.

Es imposible pelear esta guerra contra estos vicios, pero ¿se podrá hacer algo por minimizarlos, por hacer que en lo que a nosotros respecta, su pueda trabajar con estándares que nos ayuden a mejorar nuestra eficiencia? Entonces el ingenio mexicano adquirirá un sentido de mayor productividad, sería más redituable.